La Natividad de San Juan Bautista. Tiempo Ordinario. Ciclo B. 24 de junio de 2018
“TÚ ERES MI SIERVO DE QUIEN ESTOY ORGULLOSO”
Vamos a pensar en la alegría que se produce en cualquier persona cuando escucha de alguien que se siente orgulloso de haberle conocido o de haber hecho tal o cual cosa que merece la pena. A esto me remito cuando en casa, algún familiar –padre, madre, hermana, tío, abuela, etc.- dice que se siente orgulloso de nosotros; o, cuando en nuestro trabajo, dentro o fuera de casa, nuestro jefe o superior dice eso de nosotros; o bien con nuestros amigos si son capaces de expresarlo. Pero, también, a la inversa, podemos reflexionar cuando nosotros somos transmisores de sentirnos orgullosos y de decírselo a alguien en concreto; seguro que crece nuestro compromiso, nuestra autoestima, nuestra felicidad y otras muchas cosas más, así como la de aquella persona a la que nos estamos dirigiendo, ¿verdad? Pues manos a la obra y a ponerlo en práctica muy a menudo que si hace bien, pues merece la pena fomentarlo.
Qué bueno y saludable es mantener esta actitud en las facetas de nuestra vida y trabajar para que ello sea un hábito permanente en nuestras relaciones, en el trabajo, en la parroquia, en casa, en la catequesis, en los grupos…
Leemos, en la primera lectura de hoy (Is 49,1-6), que así lo sintió el profeta Isaías desde el seno materno y, que ello fue de un efecto motivador tal, que le acompañó durante toda la vida y le sirvió para ser fiel a su misión. Siente que, el mismo Dios que pronunció su nombre, no lo deja en ningún momento y le apoya en su tarea de ser luz de las naciones. Apoyado y reconfortado uno es más feliz, más persona.
El salmista (salmo 138) se deja traspasar por este sentimiento y da gracias a Dios por haberlo escogido, -“Señor, tú me sondeas y me conoces”- por haberlo creado y por guiarlo en todas sus sendas. Y, el Evangelio (Lc 1,57-66.80) nos relata el nacimiento de Juan el Bautista y cómo “la mano del Señor estaba con él” para hacerlo crecer y afianzar su carácter. Sabemos que, a Juan el Bautista, no le fue fácil su misión de precursor del Mesías pues pasó años en el desierto, vivió en austeridad, anunció con valentía al Mesías y pasó el final de su vida en la cárcel por defender la verdad; pero todo ello lo vivió con la certeza de sentirse apoyado en su misión.
Y, este niño, Juan, fue motivo de alegría para su casa, sus padres (¡cuántos niños que nacen o se adoptan lo son! ¡cuánta alegría aportan a la casan donde llegan!), pero también de sorpresa para sus vecinos y conciudadanos porque desde que se le impuso el nombre, nos narra san Lucas, rompe con la tradición familiar de llamarse como el padre, Zacarías, que, también tuvo que aceptar la voluntad de Dios rompiendo muchos esquemas y costumbres, así como aprender a hablar y estar en el lugar preciso para poner en práctica los planes de Dios. La madre de Juan, Isabel, al romper su esterilidad con edad avanzada, es por ello motivo de sorpresa y alegría, con lo que el evangelista Lucas nos quiere mostrar que Juan es un regalo de Dios para ellos y para su pueblo.
Nosotros, así lo vivo yo, sentimos la presencia de Jesús como un regalo de Dios que, al ser comprendido y aceptado, provoca una profunda acción de gracias y el compromiso por un mundo mejor, por unas relaciones humanas más justas, por una Iglesia preocupada y ocupada en los pobres y en los que sufren; una Iglesia más provocadora de la buena noticia del Reino de Dios para dar vida allá donde se encuentre y donde esté más amenazada. Ella se alegra de todas aquellas buenas noticias que se producen en nuestro mundo aunque no procedan de su interior. Ella busca ser luz de las naciones y preparar los caminos para que muchos lleguen al conocimiento y seguimiento del Dios de Jesús. Ella se hace eco de los signos de esperanza que se encuentran a nuestro alrededor y haciéndolos suyos los presenta al Padre a través de Jesús y con la presencia amorosa del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús que nos va conduciendo, poco a poco, hacia el conocimiento de la verdad.
José Mª Tortosa Alarcón. Párroco de Jérez del Marquesado y Albuñán
PREGUNTAS:
- ¿Qué puedo aprender del Evangelio de hoy?
- Hacer un listado de personas conocidas y ver en qué me siento orgulloso/a de ellas.
- ¿De qué me siento orgulloso/a respecto a mi persona y acciones?