ECOS DEL PASO DE LA CRUZ DE LA JMJ POR LA DIÓCESIS-PALABRAS DEL OBISPO EN LA RECEPCIÓN DE LA CRUZ
PALABRAS EN LA RECEPCIÓN DE LA CRUZ Y EL ICONO DE LA VIRGEN DE LAS JMJ EN HUÉNEJA
Huéneja, 25 de Mayo de 2011
“Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo, venid adorarlo”
Con estas palabra de la liturgia del Viernes Santo damos la bienvenida, en tierras accitanas, a la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud y al Icono de la Virgen, don que el Beato Papa Juan Pablo II entregó a los jóvenes del mundo entero para que se convirtieran en signos del evangelio que predicamos, “porque nosotros anunciamos a un Cristo crucificado” (1Cor 1,23), que es la fuerza y la sabiduría de Dios.
Desde la iglesia hermana de Almería, tan querida para mí, nos llega ahora el signo de la actualidad permanente del mensaje cristianos, porque el cristianismo es Cristo, y Cristo es siempre nuevo, siempre joven, siempre actual.
Agradezco la presencia del Sr. Obispo de Almería, Mons. Adolfo González Montes, que en nombre de la iglesia que preside, nos entrega la cruz gloriosa y la imagen de la Madre del Señor que es también Madre nuestra. Querido D. Adolfo, su presencia hoy aquí es signo de la fraternidad apostólica que ha unido a ambas diócesis desde su misma fundación, y que hoy se actualiza en el signo de la cruz que han abrazados tantos de nuestros hermanos a los largo de nuestra milenaria historia.
Huéneja se convierte una vez más en la puerta de la diócesis. Puerta que está abierta e invita a entrar, a tomar posesión. Hoy recibimos la cruz como signo que nos identifica, como expresión de nuestra vida cristiana. Es la cruz por la que dio la vida el hijo más preclaro de este pueblo, San Francisco Serrano. Y, desde este noble pueblo, comenzamos una larga peregrinación, que en los próximos seis días no llevará por toda la geografía diocesana; recorreremos buena parte de nuestras obras apostólicas y de nuestras instituciones, pero no sólo las de carácter eclesial sino también las que trabajan por el bien y el progreso de nuestra tierra y de los hombres y mujeres que la pueblan. Las calles y las plazas se convertirán en templos que acogerán la cruz del Señor y la presencia siempre entrañable de la Virgen Madre, y donde se reunirán los creyentes para cantar la alabanza al Dios que nos dio a su Hijo, nuestro Salvador.
Acogemos la cruz, y en ella adoramos al Crucificado; al contemplarla vacía, reconocemos y profesamos que el que fue colgado y muerto, hoy vive glorioso. No busquemos al Señor entre los muertos, no está allí, ha resucitado y viene con nosotros en el camino de la vida, en el camino del hombre que busca y se confía en las manos de Dios; en cada hombre que siembra el evangelio; en cada proyecto que se realiza para dar vida y dignidad a la humanidad, allí siempre está el Señor resucitado.
En estos días veremos a muchos jóvenes que toman la cruz, que la alzan; a otros, que se acercan a adorarla, a tocarla o depositar un beso en el sencillo madero. Serán muchos los que en su oración depositen sus preocupaciones y problemas, sus ilusiones y esperanzas y, por supuesto, un futuro que se presenta incierto. Es la hermosa expresión de un pueblo que hunde sus raíces en la fe cristiana, que ve en la cruz el signo del amor que libera, dando así sentido a tantas cruces en las que nos vemos crucificados cada día. La cruz nos habla de futuro y de vida; por eso, los jóvenes han de abrazarse a ella para encontrar sentido, no el que es transitorio, el fruto del instante, sino el que mira a lo eterno.
Me vais a permitir que al comienzo de la peregrinación de la cruz del Señor y el icono de María por nuestra diócesis, recuerde dos circunstancias esenciales a este acontecimiento.
Por una parte, la cruz y la imagen de la Virgen nos preparan para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará (D.m.) el próximo mes de Agosto en Madrid. Un acontecimiento que manifiesta la fuerza de la persona de Cristo que sigue cautivando y transformando a mucho jóvenes que a Él se acercan con sinceridad, con un corazón abierto a lo que Dios pueda hacer, abiertos a la novedad de la salvación. La historia de las Jornadas de la juventud son una prueba de lo que Dios puede hacer en el hombre si este se abandona a Él. Además el encuentro con el Papa nos centra en el verdadero sentido y grandeza de la Iglesia, a la que tenemos la ducha de pertenecer.
Por otra parte, recibimos la cruz y el icono mariano que el nuevo Beato ofreció a los jóvenes. Nos recuerdan que los cristianos estamos llamados a ser santos, que es está nuestra verdadera vocación. El testimonio y la intercesión del Papa Juan Pablo II se hace presente y se actualiza en estos signos. Somos, junto con las diócesis vecinas, las primeras que recibimos la cruz y el icono del que ha sido declarado por la Iglesia bienaventurado. Aquel, que como decía hace unos días el que fue su secretario, “el Papa nos enseñó a vivir y nos enseñó a morir”.
Desde aquí invito a toda la diócesis a acoger la cruz y el icono de María con la grandeza de corazón que caracteriza a los hijos de esta tierra. Estoy convencido que estos días van a ser de gracia para nuestra comunidad diocesana y para cada uno de los que se acerque a Cristo. No buscamos el éxito, buscamos la fecundidad espiritual y pastoral de esta iglesia; esperamos un futuro en fidelidad a la fe que hemos recibido y que hemos de transmitir a las generaciones futuras. El Papa Benedicto XVI escribe en su Mensaje para la Jornadas de Madrid: “quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia, que puede ser decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de nosotros”.
El icono de la Virgen María, representa una advocación muy querida en la ciudad de Roma, “Salus populi romini” –la salud del pueblo romano-. Que ella, la Madre, sea intercesora y ejemplo, que nos ayude a ser cada día discípulos fieles de Jesucristo, nuestro Señor.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix