XV domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 19 de julio de 2020
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Mt 13, 24-43 “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”.
En este Domingo, el Señor continúa revelándonos los secretos y los misterios del Reino de los cielos a través de las parábolas, que no solo buscan trasmitir una enseñanza, sino que, además, quieren despertar nuestro corazón y confrontar nuestra vida, como en un espejo, para saber cómo esta nuestro interior y ver si realmente el Reino de Dios crece y da fruto en nosotros.
Hoy el Evangelio nos presenta tres parábolas que nos hablan acerca del Reino de los cielos, pero el Señor se detiene a explicar, a petición de sus discípulos, la parábola conocida como del “trigo y la cizaña”. Jesús se reconoce a sí mismo como el sembrador, quien siembra la buena semilla en el campo del mundo; la cizaña representa a los partidarios del mal, cuya semilla es sembrada por el diablo, y crece conjuntamente con el trigo en el que se reconoce a los ciudadanos del Reino; por último, los ángeles son los segadores, quienes al final de los tiempos separarán el trigo de la cizaña.
Una interpretación superficial de esta parábola nos puede llevar a afirmar que en el mundo existen dos bandos, los buenos y los malos, y al revisar nuestra vida y compararla con aquellos que “roban” o “matan”, podríamos llegar a considerarnos muy buenos, y por lo tanto creer que somos trigo limpio y que hacemos parte del bando de los vencedores, de los que irán al Reino de los cielos.
Pero el Señor nos invita a profundizar mucho más en nuestra vida y a cuestionarnos si realmente somos buenos, quizás en comparación a personas que nosotros consideramos malas, nos creemos buenos, pero, y si nos comparamos con los santos, con aquellos que ya han alcanzado la gloria, ¿dónde quedamos nosotros?, ¿seguimos estando en el bando de los buenos? o vemos, por el contario, ¿que ya no somos tan buenos y que al final en nuestro corazón junto con el trigo crece la cizaña? Por lo tanto, no somos nosotros la vara para medir a los demás, ni tampoco podemos afirmar que en el camino de la vida ninguna persona es perfectamente santa y ninguna totalmente mala. Para Dios no hay casos perdidos, pues su deseo es la salvación de todos los hombres, por ello, Él espera pacientemente por cada alma para que en ella pueda florecer su gracia.
La vida del hombre, como nos lo recordaban los padres del desierto, es un continuo combate por la salvación de su alma y mientras tengamos tiempo, con la ayuda de Dios, tenemos la oportunidad de ganar esa lucha, por tanto, no hay ninguna persona, por malvada que sea, que no tenga la posibilidad de convertirse. No nos corresponde a nosotros juzgar, ni mucho menos condenar a los demás, ya nos dice el Señor que sus ángeles serán los encargados de separar el trigo de la cizaña. A nosotros nos corresponder orar por aquellos que no han experimentado el amor de Dios, por aquellos que han tenido grandes dificultades en su vida o heridas profundas que los han llevado a actuar de una manera equivocada. Dios no se resigna a perder un hijo suyo, por eso nos da tiempo para nuestra conversión, no desaprovechemos esta oportunidad y desterremos de nuestro interior toda cizaña de egoísmo y rencor, permitamos que el trigo del amor de Dios siga creciendo en nuestros corazones.
JOHN ALEXANDER MELO ARÉVALO
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