Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 2 de octubre de 2022
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En el relato de hoy, Jesús quiere corregir a sus discípulos para que no caigan en el orgullo y en la soberbia, que hacen que algunos discípulos consideren que sólo desde los medios humanos se puede evangelizar y llevar a cabo lo que el Señor nos pide. Tendemos a creernos imprescindibles y los únicos autores del buen funcionamiento de aquello que hacemos o en lo que colaboramos. A veces tenemos demasiada confianza en nosotros y en nuestras posibilidades, hasta tal punto de querer actuar por nuestra propia cuenta y sin recurrir a la ayuda de Dios.
Ante las experiencias de fracaso en la misión llevada a cabo por los discípulos, estos llegan a la conclusión de que sin la ayuda de Dios hay objetivos que se hacen inalcanzables. De ahí el grito que surge desde lo profundo de los seguidores de Cristo cuando se sienten impotentes ante el dolor, el fracaso y lo que les supera: “Señor, auméntanos la fe”. Se trata de una oración, personal y comunitaria, que ha de hacer la Iglesia y todo creyente a diario, porque sin la fe no hay éxitos, conquistas ni milagros.
A continuación, Jesús vuelve a proponernos una parábola en la que viene a decirnos que, nunca ha de faltar la humildad para reconocer nuestras limitaciones y debilidades, incluso nuestros pecados; para reconocer nuestra pequeñez, nuestras torpezas y nuestros errores; nos ayudará a sentir que sin Dios no podemos hacer nada y que todo lo que hacemos siempre es insuficiente si no contamos con Él.
Hemos de ser agradecidos por el don de la fe y ser humildes para sentir que somos “inútiles” siervos, que nunca seremos más que el Señor ni podemos prescindir de Él y de su ayuda. Necesitamos de la oración para encomendarnos a Dios, pedir su ayuda y agradecérsela cuando nos la concede.
Una vez que hemos obedecido y hecho lo que Dios nos ha pedido, hemos realizado la misión y hemos trabajado por el Reino de Dios cada uno desde su condición, tenemos que agradecer a Dios el poder haber respondido como Él esperaba que lo hiciéramos. No nos atribuyamos lo que no nos corresponde, y no nos olvidemos de lo que somos: unos simples siervos, que hacemos únicamente lo que teníamos que hacer. Que todo lo que hagamos, hasta lo más insignificante, lo hagamos en presencia de Dios y para gloria y alabanza suya.
Emilio José Fernández, sacerdote
http://elpozodedios.blogspot.com/
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