Domingo XII del Tiempo Ordinario. 21 de junio de 2020. Ciclo A

Mt 10, 26 - 33 “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”.

Desde su nacimiento la Iglesia ha tenido que crecer en medio de persecuciones y dificultades. El evangelio que nos presenta la liturgia este domingo es una clara advertencia de Jesús a sus apóstoles sobre la hostilidad del “mundo” a su mensaje y a sus enviados, pero a la vez es una invitación a confiar plenamente nuestra vida en Dios quien vela siempre por nosotros, sus hijos.

En el contexto de este Evangelio el Señor escoge a sus doce apóstoles y los instruye para ser enviados a disponer los corazones de las ovejas perdidas de la casa de Israel a su mensaje, por ello quiere fortalecerlos para que puedan enfrentar y superar los obstáculos que puedan presentarse en el cumplimiento de su misión.

A través de nuestro bautismo, nosotros somos también enviados a dar testimonio del amor de Dios en medio de nuestras familias y comunidades, estamos llamado a compartir en voz alta con los demás aquella experiencia de fe y misericordia que hemos vivido en lo secreto de nuestro corazón, pero muchas veces nos encontramos con que no es fácil cumplir esta misión. El mundo, entendido como estructura de pecado, es muy hostil, muchos viven en tinieblas y el resplandor del mensaje de Cristo puede molestar sus ojos, y por ello intentar apagar esta luz. Es por esto que el Señor nos invita a confiar plenamente en Dios, a no tener miedo del mundo, ni de los hombres, pues incluso el poder del mal tiene su límite, pues si llegáramos a tener que dar nuestra vida por el Evangelio, que es el mayor mal aparente que nos pueden hacer, Dios que es providente, sacaría el mayor bien para nosotros: la gloria eterna.

Por lo tanto, hoy más que nunca estamos llamado a ser valientes, a confiar plenamente en Dios, pues el temor es signo de desconfianza. El señor nos invita a configurarnos con Él, a abrazar su cruz, pues estamos llamados a perder nuestra vida día a día por el anuncio del evangelio, aunque ello nos cueste muchas veces burlas o exclusiones.

La fe no es algo privado, ella debe impregnar toda nuestra vida, nuestros, pensamientos, palabras y acciones, por lo cual debemos dar testimonio de ella ante mundo. Debemos iluminar el mundo desde nuestra realidad siendo instrumentos de amor, de paz, de concordia, debemos ser heraldos de la patria eterna para manifestar a todos los hombres que hay una realidad que trasciende las estructuras en las que el mundo nos quiere encerrar.

Nada debemos temer, pues el miedo paraliza, incapacita, detiene, mientras que, por el contrario, la confianza en Dios nos anima, nos fortalece y nos impulsa a vivir plenamente nuestra vida cristiana. Nunca debemos dudar de la protección y la providencia de Dios, pues si el Padre Celestial cuida de los pajarillos ¿cómo no va a cuidar y proteger a nosotros sus hijos? El amor echa fuera el temor.

JOHN ALEXANDER MELO ARÉVALO

MisiTiraCómica2020 26Web